jueves, 30 de junio de 2011

Querido diario.

Hoy estoy teniendo un gran día. Son las 16:43 y mi universo sigue siendo tan fructífero como destructivo. Sigo pensando en mis fines relativos, y por supuesto, en el absoluto. Aristóteles dejó caer que, el fin último y supremo al cual tiende toda acción humana debe ser la felicidad. Perseguir la felicidad para ser feliz, simple y llanamente. Si yo hubiese existido allá por el año 350 a.C., sin duda hubiera pertenecido al vulgo, identificando así, la felicidad con el placer. Poco o nada me habría diferenciado, según los pensadores, de las bestias. No habría ni un diferencial de (dicha como actividades, conocimientos, procedimientos, valores e ideas que se producen y transmiten por aprendizaje social) cultura buena.

La cultura me ha llevado a intentar suplir mis carencias con cultura material. Ya casi no tengo elementos relacionados con los modos de pensar, los conocimientos, los sentimientos, las mentalidades, etc... Las normas y leyes que regulan las relaciones sociales entre los individuos me han atrapado. Ya las mujeres no son guerreras, como en 1917. Ya no se huye de los malos, sino de uno mismo. El sistema de interrelaciones entre individuos es una mierda. Ahora hay que tener un nobel para cambiar el mundo, mientras que antes, los que cambiaban el mundo eran los que luchaban individualmente y jamás se le fue reconocido su honor.

A la mierda los criterios de verdad. El sentimiento de certeza psicológica o moral me está destruyendo porque ni hay convicción interna, ni subjetiva, ni hay fidelidad a mí misma. La evidencia ya no es tan evidente, el dogmatismo brilla por su ausencia y las tradiciones me empiezan a aburrir. El pasado remoto y arcaico ya no es verdadero. Tengo visiones opuestas que ven en el futuro histórico la consecución de lo que ahora solo es deseo.

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